martes, 19 de marzo de 2013

Corea: un conflicto y dos caras

La semana pasada Corea del Norte declaró la ruptura del armisticio que las dos Coreas mantenían desde 1953. Si bien desde Seúl se resta importancia a este suceso, argumentando que no es la primera vez que el Norte amenaza con romper la tregua, esto podría resultar un punto de inflexión en el largo conflicto que ambas mantienen, debido a las recientes maniobras militares del Sur, y la amenaza nuclear del Régimen del Norte. Lo cierto es, que las dos naciones nunca han llegado a firmar la paz.

Norte y Sur son las dos caras de la misma moneda; cada una lo contrario de la otra. Mientras que Corea del Sur es actualmente una nación en continuo desarrollo, una gran potencia en la producción tecnológica y naval con una sociedad democrática avanzada, Corea del Norte es gobernada por un régimen belicista, conservador y totalitario, padeciendo su población periódicas hambrunas, y un subdesarrollo cultural. Dos realidades condenadas al conflicto hasta que una de ellas sea eliminada.

Pero Corea no siempre fue así. Esta pequeña península asiática ha sido el hogar de numerosos pueblos desde tiempo neolíticos, destacando entre ellos el reino de Shilla, Goryeo, o el Imperio Joseon. Estos estados se vieron, sin embargo, influenciados de forma directa o indirecta por sus vecinos China y Japón, a veces incluso de forma violenta. Esta compleja relación internacional influyó en que a finales del siglo XIX y principios del XX, Corea, al contrario que Japón, se negase a tratar de emular a los países occidentales en su modernización, lo que provocó su rápida pérdida de influencia. De esta forma, el Imperio Japonés logró fácilmente ocupar la península en 1910, ejerciendo un férreo dominio sobre su población e imponiendo su estilo de vida. La ocupación, que dejó amargos recuerdos, se prolongó hasta el mismo final de la Segunda Guerra Mundial, tras la cual se esfumó el sueño de una Corea unida.

El empobrecido país fue ocupado simultáneamente por las tropas soviéticas en el norte, y americanas por el sur. Posteriormente, un tratado entre las dos superpotencias dividió en dos la nación según las áreas de influencia de la URSS y los EEUU, al norte y al sur del paralelo 38 respectivamente. Este pacto derivó en la generación de dos estados distintos, que firmaron sendas declaraciones de independencia en 1948. Sin embargo, Kim Il-sung, líder absoluto del régimen comunista de corte stalinista que se había establecido en el Norte, se manifestó en contra de esta fragmentación, por lo que invadió el Sur en 1950. Mientras que la China de Mao respaldó al régimen norcoreano, su rival del sur fue apoyado por Naciones Unidas, y logró repeler efectivamente la invasión. Tras tres años de dura guerra, en 1953 se firmó el armisticio que dura hasta nuestros días, sin que hubiese ningún tipo de tratado de paz que pusiese punto y final a esta situación.

Ambas naciones comenzaron con dictaduras: Corea del Sur fue gobernada por el general Park Chung-hee desde 1961 hasta 1979 (asesinado por el jefe de su propio servicio secreto), y fue sucedido por otro general, Chun Doo-hwan, cuya dictadura nunca contó con mucho apoyo popular. Durante este mandato se celebraron las primeras elecciones democráticas del país, que hasta nuestros días no ha dejado de desarrollarse. Mientras tanto, en el Norte, Kim Il-sung estableció una dinastía comunista y cerró herméticamente el país al exterior.  Actualmente Corea del Norte es liderada por Kim Jong-un, nieto del primero, en cuyo mandato está destacando el aumento de la tensión bélica con las potencias occidentales y su vecino del sur.

Conforme pasa el tiempo, las diferencias entre ambas regiones van en aumento, lo que complica cada día un poco más la reunificación. Aún así, ninguno de los dos renuncia a esta meta, a pesar de que el subdesarrollo de los habitantes del norte provocaría una complicadísima situación laboral y demográfica en una hipotética Corea Reunificada, de más difícil solución que la acontecida tras la Reunificación Alemana.


Ciudad de Kijŏng-dong, la "ciudad fantasma"

Hoy, una franja de cuatro kilómetros de ancho recorre la frontera entre los dos países de costa a costa de la península. Nadie está autorizado a penetrar en ella, y se ha convertido en símbolo de la distancia existente entre ambas realidades. Curiosamente, después de más de medio siglo despoblada, esta franja se ha convertido en un refugio excepcional para la fauna y la flora.

viernes, 1 de marzo de 2013

El curioso caso de las últimas abdicaciones papales


Ayer, día 28 de febrero, el Papa Benedicto XVI (que no volverá a llamarse Joseph Ratzinger, sino “Papa Emérito Benedicto XVI”), culminó su proceso de abdicación dando lugar al período conocido como “Sede Vacante”, en el cual la Iglesia Católica queda sin Papa hasta la elección de un nuevo sucesor por el Cónclave, que de momento no tiene fecha definitiva.  Termina así un episodio histórico para la Iglesia Católica, en el que después de 598 años desde las últimas renuncias un Papa vuelve a dejar el Trono de San Pedro en vida, esta vez bajo la nueva legislación promulgada por su predecesor Juan Pablo II en el documento de 1996 Universi Dominici Gregis, en sustitución de la anterior de Pablo VI.

Esta última abdicaciones provienen del siglo XV, del llamado “Cisma de Occidente”, durante el cual llegaron a coexistir hasta tres papas diferentes: Benedicto XIII en Aviñón (el Papa Luna, que nunca abdicó y “se mantuvo en sus trece”), Alejandro V, elegido en el Concilio de Pisa y Gregorio XII, en Roma. Tras los acontecimientos que pusieron punto y final a este cisma, se consideró antipapas a Benedicto XIII, a Alejandro V y a su sucesor, Juan XXIII (no confundir con el Juan XXIII del siglo XX), a pesar de haber sido nombrados por Concilio, salvándose sólo el Papa romano para mantener una línea directa de sucesores de Pedro, en la tradición de no reconocer dos Papas al mismo tiempo.  

Un antipapa es un obispo que reclama para sí el título de Sumo Pontífice, pero que no ha sido elegido Obispo de Roma en ningún momento.  En estos casos concretos, se aplicó la interpretación literal de esta norma, ya que habían sido elegidos por Concilios, pero no en Roma, de tal forma que a pesar de no tratarse de usurpadores, quedaron fuera de la lista de Santos Padres. Es por este motivo que a pesar de que tanto Juan XXIII antipapa y Gregorio XII abdicaron en el mismo año, en 1415, los medios de comunicación sólo han nombrado al Papa romano como el autor de la última renuncia antes de la de Benedicto.

Juan XXIII, el gran olvidado, tuvo una extraordinaria relevancia durante la superación del cisma, aunque al igual que su rival, probablemente no abdicó por voluntad propia. Varios reyes de la Cristiandad, hartos de la absurda situación, presionaron para que se celebrara un Concilio con cardenales de los bandos de Aviñón y Roma. Así pues, en 1409 se celebró en Pisa, eligiéndose a Alejandro V, quien debería cortar el problema de raíz. Sin embargo, ni Benedicto ni Gregorio reconocieron su pontificado, por lo que en lugar de dos Papas, ahora había tres. A la temprana muerte de Alejandro V, le sucedió Baltasar Cossa, que tomaría el nombre de Juan XXIII; hombre de gran habilidad política, pero poca espiritualidad. El emperador del Sacro Imperio Germánico organizó en 1414 el Concilio de Constanza, que el propio Juan XXIII presidiría. Pero, al ver que la intención del Concilio era eliminar a los actuales Papas para nombrar uno nuevo, trató de escapar de la ciudad, provocando el caos entre los numerosos cardenales. Afortunadamente, los hombres del emperador lograron frustrar esta huida, arrastrando al Papa de vuelta, con lo que el Concilio pudo seguir adelante. Odón Colonna sería el elegido, bajo el nombre de Martín V, después de haberse logrado la inmediata renuncia de los otros tres. Juan XXIII se arrojaría personalmente a los pies del nuevo Pontífice, manifestando obediencia absoluta, probablemente bajo presión; Gregorio XII lo haría de forma más discreta, por medio de una bula en la cual reconocía la validez  del Concilio, por lo que se consideró a este y no a su rival como el verdadero Papa; eso sí, de forma retrospectiva.  Acabaría sus días como arzobispo de Porto, poco antes de la elección su sucesor. Benedicto XIII, terminó sus días en Peñíscola, de donde provenía, y nunca reconoció al nuevo Papa.

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