viernes, 1 de marzo de 2013

El curioso caso de las últimas abdicaciones papales


Ayer, día 28 de febrero, el Papa Benedicto XVI (que no volverá a llamarse Joseph Ratzinger, sino “Papa Emérito Benedicto XVI”), culminó su proceso de abdicación dando lugar al período conocido como “Sede Vacante”, en el cual la Iglesia Católica queda sin Papa hasta la elección de un nuevo sucesor por el Cónclave, que de momento no tiene fecha definitiva.  Termina así un episodio histórico para la Iglesia Católica, en el que después de 598 años desde las últimas renuncias un Papa vuelve a dejar el Trono de San Pedro en vida, esta vez bajo la nueva legislación promulgada por su predecesor Juan Pablo II en el documento de 1996 Universi Dominici Gregis, en sustitución de la anterior de Pablo VI.

Esta última abdicaciones provienen del siglo XV, del llamado “Cisma de Occidente”, durante el cual llegaron a coexistir hasta tres papas diferentes: Benedicto XIII en Aviñón (el Papa Luna, que nunca abdicó y “se mantuvo en sus trece”), Alejandro V, elegido en el Concilio de Pisa y Gregorio XII, en Roma. Tras los acontecimientos que pusieron punto y final a este cisma, se consideró antipapas a Benedicto XIII, a Alejandro V y a su sucesor, Juan XXIII (no confundir con el Juan XXIII del siglo XX), a pesar de haber sido nombrados por Concilio, salvándose sólo el Papa romano para mantener una línea directa de sucesores de Pedro, en la tradición de no reconocer dos Papas al mismo tiempo.  

Un antipapa es un obispo que reclama para sí el título de Sumo Pontífice, pero que no ha sido elegido Obispo de Roma en ningún momento.  En estos casos concretos, se aplicó la interpretación literal de esta norma, ya que habían sido elegidos por Concilios, pero no en Roma, de tal forma que a pesar de no tratarse de usurpadores, quedaron fuera de la lista de Santos Padres. Es por este motivo que a pesar de que tanto Juan XXIII antipapa y Gregorio XII abdicaron en el mismo año, en 1415, los medios de comunicación sólo han nombrado al Papa romano como el autor de la última renuncia antes de la de Benedicto.

Juan XXIII, el gran olvidado, tuvo una extraordinaria relevancia durante la superación del cisma, aunque al igual que su rival, probablemente no abdicó por voluntad propia. Varios reyes de la Cristiandad, hartos de la absurda situación, presionaron para que se celebrara un Concilio con cardenales de los bandos de Aviñón y Roma. Así pues, en 1409 se celebró en Pisa, eligiéndose a Alejandro V, quien debería cortar el problema de raíz. Sin embargo, ni Benedicto ni Gregorio reconocieron su pontificado, por lo que en lugar de dos Papas, ahora había tres. A la temprana muerte de Alejandro V, le sucedió Baltasar Cossa, que tomaría el nombre de Juan XXIII; hombre de gran habilidad política, pero poca espiritualidad. El emperador del Sacro Imperio Germánico organizó en 1414 el Concilio de Constanza, que el propio Juan XXIII presidiría. Pero, al ver que la intención del Concilio era eliminar a los actuales Papas para nombrar uno nuevo, trató de escapar de la ciudad, provocando el caos entre los numerosos cardenales. Afortunadamente, los hombres del emperador lograron frustrar esta huida, arrastrando al Papa de vuelta, con lo que el Concilio pudo seguir adelante. Odón Colonna sería el elegido, bajo el nombre de Martín V, después de haberse logrado la inmediata renuncia de los otros tres. Juan XXIII se arrojaría personalmente a los pies del nuevo Pontífice, manifestando obediencia absoluta, probablemente bajo presión; Gregorio XII lo haría de forma más discreta, por medio de una bula en la cual reconocía la validez  del Concilio, por lo que se consideró a este y no a su rival como el verdadero Papa; eso sí, de forma retrospectiva.  Acabaría sus días como arzobispo de Porto, poco antes de la elección su sucesor. Benedicto XIII, terminó sus días en Peñíscola, de donde provenía, y nunca reconoció al nuevo Papa.

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