Ayer, día 28 de febrero, el Papa Benedicto XVI (que no
volverá a llamarse Joseph Ratzinger, sino “Papa Emérito Benedicto XVI”),
culminó su proceso de abdicación dando lugar al período conocido como “Sede Vacante”,
en el cual la Iglesia Católica queda sin Papa hasta la elección de un nuevo
sucesor por el Cónclave, que de momento no tiene fecha definitiva. Termina así un episodio histórico para la
Iglesia Católica, en el que después de 598 años desde las últimas renuncias un
Papa vuelve a dejar el Trono de San Pedro en vida, esta vez bajo la nueva
legislación promulgada por su predecesor Juan Pablo II en el documento de 1996 Universi
Dominici Gregis, en
sustitución de la anterior de Pablo VI.
Esta última abdicaciones provienen del siglo XV, del llamado
“Cisma de Occidente”, durante el cual llegaron a coexistir hasta tres papas
diferentes: Benedicto XIII en Aviñón (el Papa Luna, que nunca abdicó y “se mantuvo en sus trece”), Alejandro V,
elegido en el Concilio de Pisa y Gregorio XII, en Roma. Tras los
acontecimientos que pusieron punto y final a este cisma, se consideró antipapas a Benedicto XIII, a Alejandro
V y a su sucesor, Juan XXIII (no confundir con el Juan XXIII del siglo XX), a
pesar de haber sido nombrados por Concilio, salvándose sólo el Papa romano para
mantener una línea directa de sucesores de Pedro, en la tradición de no
reconocer dos Papas al mismo tiempo.
Un antipapa es un obispo que reclama para sí el título de
Sumo Pontífice, pero que no ha sido elegido Obispo de Roma en ningún
momento. En estos casos concretos, se aplicó
la interpretación literal de esta norma, ya que habían sido elegidos por
Concilios, pero no en Roma, de tal forma que a pesar de no tratarse de
usurpadores, quedaron fuera de la lista de Santos Padres. Es por este motivo
que a pesar de que tanto Juan XXIII antipapa y Gregorio XII abdicaron en el mismo año, en 1415, los
medios de comunicación sólo han nombrado al Papa romano como el autor de la
última renuncia antes de la de Benedicto.
Juan XXIII, el gran olvidado, tuvo una extraordinaria
relevancia durante la superación del cisma, aunque al igual que su rival,
probablemente no abdicó por voluntad propia. Varios reyes de la Cristiandad,
hartos de la absurda situación, presionaron para que se celebrara un Concilio
con cardenales de los bandos de Aviñón y Roma. Así pues, en 1409 se celebró en
Pisa, eligiéndose a Alejandro V, quien debería cortar el problema de raíz. Sin
embargo, ni Benedicto ni Gregorio reconocieron su pontificado, por lo que en
lugar de dos Papas, ahora había tres. A la temprana muerte de Alejandro V, le
sucedió Baltasar Cossa, que tomaría el nombre de Juan XXIII; hombre de gran
habilidad política, pero poca espiritualidad. El emperador del Sacro Imperio
Germánico organizó en 1414 el Concilio de Constanza, que el propio Juan XXIII presidiría.
Pero, al ver que la intención del Concilio era eliminar a los actuales Papas
para nombrar uno nuevo, trató de escapar de la ciudad, provocando el caos entre
los numerosos cardenales. Afortunadamente, los hombres del emperador lograron
frustrar esta huida, arrastrando al Papa de vuelta, con lo que el Concilio pudo
seguir adelante. Odón Colonna sería el elegido, bajo el nombre de Martín V, después
de haberse logrado la inmediata renuncia
de los otros tres. Juan XXIII se arrojaría personalmente a los pies del nuevo
Pontífice, manifestando obediencia absoluta, probablemente bajo presión;
Gregorio XII lo haría de forma más discreta, por medio de una bula en la cual
reconocía la validez del Concilio, por
lo que se consideró a este y no a su rival como el verdadero Papa; eso sí, de forma retrospectiva. Acabaría sus días como arzobispo de Porto,
poco antes de la elección su sucesor. Benedicto XIII, terminó sus días en
Peñíscola, de donde provenía, y nunca reconoció al nuevo Papa.
Enlaces de interés:
No hay comentarios:
Publicar un comentario