Llevaba queriendo escribir un artículo sobre este personaje
desde que comencé con el blog, hace ya tres años, por lo que me hace especial
ilusión presentar esta nueva entrada de La Bayoneta, dedicada a este pionero
sin igual. Empezaré diciendo que hay personajes cuyas vidas parecen más ficción
que realidad, para los cuales la historia tiene reservado un sitio especial en
su memoria. Este es el caso de Eugène-François Vidocq, fundador de la Sûreté Nationale de Francia, padre de la
criminología, y hasta entonces, famoso malhechor, que vivió entre los años 1775
y 1857.
Qué es realidad y qué es leyenda en su
extensa vida es difícil de distinguir. Sus aventuras las conocemos por algunos
relatos que él mismo escribió sobre sus experiencias, por los testimonio de
quienes le llegaron a conocer, y por la biografía escrita por un autor anónimo,
probablemente su amigo Honoré de Balzac. Pero lo cierto es que todas estas
fuentes coinciden en destacar lo inaudito de su existencia: el hombre que para
redimir sus pecados consagró su vida a la lucha contra el crimen. El propio
Víctor Hugo reconocería que se inspiró en este genio a la hora de dar vida a
dos de los personajes centrales de su novela Los Miserables: el inspector
Javert y el protagonista, Jean
Valjean. Quién mejor para hablar
sobre la capacidad del hombre para cambiar, tema central de esta obra, que
aquél que se enorgullecía de haber salido de un pozo de miseria para convertirse
en paladín de la ley y el orden.
Eugène-François Vidocq |
Vidocq nació en Arrás, una ciudad del
norte de Francia. Su padre, panadero, podía pagarle estudios, pero él no tenía
madera de estudiante. Se dice que, aún joven, le robó 2000 francos, para así
huir a las américas a causa de un duelo en el que había participado. De todas
formas, perdió el dinero, por lo que decidió después de pasar algunas penurias
alistarse en el ejército, en la convulsa época de la Revolución Francesa. Esto apenas superados los 15 años. Sin embargo, su naturaleza impulsiva lo
condujo a no encajar en la vida castrense. El escritor Néstor Luján contaba que
en dos años participó de 20 duelos, en
los que mató al menos a dos compañeros. Tras agredir a un oficial, se vio
obligado a desertar. La convulsa Francia que siguió a la Revolución, la del Terror de Robespierre no era el lugar
idóneo para él, tan dado a correr riesgos, por lo que escapó a Bélgica, donde
se relacionó con bandidos y se hizo delincuente, aprendiendo todo lo necesario
sobre este mundo, y logrando reunir un cierto colchón económico. Pero una vez
más, esta vez al llegar a París, el dinero voló en fiestas y prostitutas, por
lo que tuvo que volver a dedicarse al crimen. Estafa, robo, atraco,
contrabando, e incluso seducción de mujeres adineradas; nada se le resistía.
Sin embargo, esta vida no era lo que él
buscaba, por lo que decidió entregarse, y así limpiar su nombre. Pero no, este
no es el momento en que su vida se endereza. Condenado a galeras por ocho años,
es incapaz de aguantar aquello y se acaba escabullendo, comenzando la gesta por
la que se haría famoso en Francia: ser el fugitivo más escurridizo de la
Justicia. Cada vez que lo atrapaban, él volvía a escapar, y cada vez más
rápido. Aún así, no paró de buscar su camino en la vida. Prueba suerte como
pirata e incluso trata de hacerse comerciante, y finge ser en varias ocasiones
noble austríaco, marino, campesino, banquero, o incluso monja. En nada de esto
tiene tanto éxito como a la hora de escapar. Los franceses apostaban a cuanto
tiempo tardaría en volver a huir de prisión, puesto que su habilidad le había
hecho popular. De hecho, al parecer protagonizo una surrealista evasión del
presidio de Tolón.
A la edad de 34 años, la leyenda en
torno a su persona cuenta que, apresado de nuevo, pide entrevistarse con el
jefe de policía de Lyon, el comisario Dubais. Allí solicita unirse a la policía
como informante. El comisario no accede, pero él insiste en su propuesta,
retándolo a que se lo lleve preso de vuelta a la cárcel, y que si logra
escabullirse y volver voluntariamente, lo considere de nuevo. No hace falta decir
que Vidocq ganó la apuesta.
Sus primeras experiencias en el bando
de la Ley son poco brillantes: escuchaba en la cárcel y actuaba como soplón.
Pero pronto es puesto en la calle para seguir haciendo esa misma labor con
todos los criminales de la ciudad, que comienzan a conocerlo, y a odiarlo, por
lo que debe usar su magnífica habilidad con el disfraz para acercarse a
ellos. Dicen que en una ocasión llegó a
ser contratado para realizar su propio asesinato.
Su conocimiento del mundo del crimen no
basta para explicar la ingente cantidad de delincuentes con cuyas detenciones fue
relacionado en esta época, por lo que entra a formar parte oficial de la
Policía. Allí sugiere la formación de un cuerpo especial de seguridad, centrado
en la investigación criminal, que se llamaría “Brigada de Seguridad” y de la cual sería el encargado, con doce
hombres a sus órdenes. En París, su cuerpo tiene un enorme éxito, ya que trata
de actuar antes incluso de que se realice el delito, siendo el primer cuerpo policial moderno de la
historia. Por eso, pronto se convertiría en un cuerpo oficial del Estado,
pasándose a llamar Seguridad Nacional
(Sûreté
Nationale), al frente de la
cual estaría él. Ahora los franceses hacían apuestas sobre a cuántos criminales
detendría en un mes. Incluso realizaba investigaciones criminales privadas de
forma gratuita para sus amigos.
Mientras estuvo
al frente de la Sûreté, Vidocq aplicó
algunos descubrimientos científicos de su época a sus investigaciones, por lo
que se le considera el padre de la criminología. Utilizó también la
balística, e incluso inventó el sistema de registro de delincuentes, sin el
cual no se entendería actualmente el ejercicio policial. Por si esto fuera
poco, se esforzó por mejorar la situación de los detenidos en las prisiones, y
empleó a ex convictos reformados en su brigada.
Después de
casi treinta años de labor policial, fue expulsado del cuerpo por razones
políticas, acusándosele de ser bonapartista, por lo que trató de regentar una
imprenta en la que empleaba antiguos delincuentes como él. Llegó a imprimir dos
ediciones de su propia biografía antes de que el negocio fracasara y tuviera
que cerrar. Por ello, debió volver a dedicarse a la investigación, así que creó
la primera agencia de detectives privada de la historia: la
«Oficina de Inteligencia» (Le bureau des renseignements). Por culpa de esto, tuvo varios roces con la
policía nacional, que nunca antes había tenido que hacer frente a
competencia. Aún así, salió airoso de
todos sus desencuentros, y siguió cosechando éxitos hasta que se retiró en
1847, tras la muerte de su tercera mujer, cuando cerró su agencia. Casi hasta
el final de sus días, dedicado a escribir sus memorias, siguió colaborando con
la policía cuando esta solicitaba sus servicios.
Vidocq murió
a los 82 años, habiendo encontrado su camino en la vida después de mucho buscar,
a pesar de que el mundo que lo rodeaba nunca le puso las cosas demasiado fáciles.
Sin embargo, la historia no sería la misma si este hombre no hubiese sido tan
valiente como para cambiar de rumbo cada vez que fue necesario, en pos de
aquello para lo que había nacido, y que aún no conocía. El mejor cambio, sin
duda, es el que sale de uno mismo.
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